Eva Molina
Críticas
Eva Molina y El Mundo Mágico
Toda irrealidad plasmada representa una visión pura no predeterminada que escapa a lo formal, que tiende a erigirse en mero elemento evasor de una realidad deficiente compuesta por un conjunto de hechos reprobables que encaminan al ser humano por inciertos derroteros, en los que la desesperanza alcanza un nivel máximo.
Ante ello, nos podemos encontrar con creadores que no hacen por más que reconvertir lo vivenciado y, sobre todo, procurar plasmar el otro lado de la persona, su lado onírico, el sueño, el deseo, lo inalcanzablemente necesario.
Eva Molina traslada su sentir, como fundamental necesidad evasora, a un universo mágico creado al efecto en el que ser y naturaleza conforman un todo, se funden en común armonía provocando un singular efecto a la obra. Las figuras pululan en el espacio concebido, vagan disfrutando de un cosmos preparado como aliciente, como disfrute de sentidos y sensibilidades, como digno adversario frente a lo caótico de la visión del mundo real.
Dicho cosmos es alegórico, colorista, esta dotado de movimiento, de un cambio constante dentro de lo que supone una renovación en concepto y forma, un devenir de visión mejorada, el cual se va poco a poco complementando como signo de engrandecimiento, como mera necesidad potenciadora de belleza, pureza, de necesaria búsqueda de “momentos” como vía de escape, un placer de sentidos, una conjunción de emociones que eternicen pequeños espacios temporales.
Molina juega para ello con las sombras, con ciertas penumbras que dejan entrever no solo los sueños del ser sino también sus déficits y desesperanzas, sus motivaciones y , sobre todo, sus carencias.
El pilar base del trabajo se muestra luminicamente muy colorista, a su vez enfrentado a un segundo término sombrío como pretendiendo referir la lucha entre positivo y negativo, entre pureza y desaliño.
La tendencia lleva a la autora a una irrealidad profunda muy cercana a la abstracción en la cual los toques figurativos ensalzan el carácter compositivo encaminando la temática por los derroteros deseados.
Bosques, luces y sombras, seres de ensueño... forman parte del engranaje conceptual, del cosmos matérico elaborado, rivalizando por consensuar una transmisión informativa que no es más que el deseo que siente la autora por transformar lo negativo de la sociedad de nuestro tiempo.
Francisco Arroyo Ceballos
Critico Independiente / Director del CIALEC
Eva Molina
La pintura de Eva Molina, desde sus primeras exposiciones, sorprende y subyuga por la intensidad, por la pasión que se desprende de sus cuadros. A pesar de que sus primeras obras eran acuarelas, la transparencia y delicadeza propia de esta técnica nunca estuvo reñida con el uso de unos colores fuertes, poderosos, violentos casi, que no dejaron indiferente ni a la crítica ni al público.
Ahora Eva, después de una amplia obra con acuarela, se ha decidido a experimentar con otras técnicas y se ha sentido cómoda con el acrílico y el óleo. Y aquí tenemos el resultado. Doce cuadros seductores y enérgicos, en los que la artista, fiel a sí misma, sorprende y fascina con el color y con la calidad de una obra con la que se consolida como una de las pintoras andaluzas más originales y personales.
La pintura de Eva Molina encierra las músicas ancestrales de un universo enigmático y misterioso. No en vano, cultiva, además de la Pintura, otras Artes, entre ellas la Música —es pianista—, y quizás se deba a ello el milagro de esta pintura sonora que al contemplarla nos envuelve con la música de la naturaleza. Pues la fuente de inspiración de esta serie de obras está en la propia naturaleza, pero en la naturaleza primigenia, donde la materia aún no es forma definida sino esencia. Donde el color — denso, cálido e intenso— incendia los lienzos y agita los sentidos, arrastrándolos a un mundo de sensaciones fuertes y directas.
Pueblan sus cuadros seres del bosque, de la tierra, del agua, del fuego, así como otros seres mitológicos — "Unicornio", "El Mago"— que recrean un universo onírico y deseable, donde hasta las duras y hostiles rocas participan del sortilegio de la memoria del paraíso. Sus personajes surgen de las fuentes de la creación, —que en sus obras no son otras que las fuentes del color—, y forman parte fundamental del bosque recreado, de la tierra, del agua o del propio fuego, partícipes de la energía creadora de la naturaleza y de la propia artista.
Una obra donde conviven el trazo firme, la simplificación de las formas y una gran maestría en la intuición de las esencias que evidencia que la artista Eva Molina se encuentra en estado de gracia.
María R. Prieto Corbalán.
EVA MOLINA se lanza a buscar en el inconsciente los contenidos que definen su obra. La luz y el color son analizados como instrumentos imprescindibles al servicio de su creatividad. En este proceso, la vida crece y se sustenta sobre todas las formas que surgen en el fondo de sus lienzos.
Cuenta en su experiencia la afición de la artista por pasear entre los árboles que habitan los jardines de diversas ciudades europeas o, recorriendo serpenteantes senderos de la orografía española. Dichos momentos de limpia respiración en torno a estos paisajes han permitido a Eva Molina exhalar una mezcla de vivencias rurales y cosmopolitas, mágicas y terrestres, que definen la nueva muestra. A la suavidad de estas naturalezas en estado puro, aplica con trazo microscópico, alternando elementos cotidianos y fantásticos, haciendo convivir unos y otros en sistemas casuales y conjuntos armoniosos.
José Carlos Cámara